Dedicatoria

A todos los cipotes que le amanecieron al mundo desde 1977, que no tienen un recuerdo propio de la voz de Monseñor Romero

A las hijas e hijos de mis amigas y mis amigos, los que crecieron aquí arropados por sus mamás o sus tías o sus abuelas o por quienes hicieron las veces de ellas

A los que andan regados por el planeta – porque nacieron en otros mapas o se los llevaron chiquitos de este- y hablan y sueñan en otros idiomas pero al verse al espejo reconocen sus rasgos de barro, y su espíritu de volcán

A mis sobrinas y mi sobrino, y a sus hijos, que viven aquí y en otros mapas, con quienes comparto las pecas, el ojo gacho o las mañas, las historias de un bisabuelo irlandés que se cruzó el océano para fundarnos, y la certeza sanguínea de que son el regalo de mis hermanas

A las entrañables sobrinas y sobrinos que me han adoptado como su tía de mentiritas para que yo no ande por la vida huérfana de ellos y de sus abrazos y sus ocurrencias y su cariño

A Erica y sus hermanos, Alberto y German, para que sientan la utopía de su padre correr por sus venas

A Gabriel, por la hermosa osadía de nacer para obligarnos a renacer con él

A los hijos de la Ana en particular, porque sí, nomás porque hay noches en que sueño que ella y la Gina me lo piden

A las sobrinas y sobrinos de Carito porque un día ella me lo pidió y yo estaba bien despierta

A las familias- pero en especial a las hijas, hijos, sobrinos y nietos- de los hombres y mujeres que desde el monumento a la memoria y la verdad del parque Cuscatlán nos prohíben olvidar

A las niñas y niños que dan luz y fuerza al trabajo de la Asociación Pro Búsqueda de Niñas y Niños Desaparecidos, a los que vieron morir a sus padres al fragor de una guerra que no queremos que se repita, a los que cruzaron la frontera con Honduras bajo una lluvia de balazos, a los que quedaron perdidos en medio del horror de una guinda, a los que fueron arrancados de los brazos de sus madres, hermanas o abuelas, a los que crecieron inocentes en sus patrias adoptivas, a los que se quedaron acá, y andan juntando los retazos de su propia historia y los sueños de sus padres, para rearmarlos con sus propios hilos y sus propias puntadas.


Y por supuesto a Rocío, a mi niña ojitos de pacún, mi regalito de cumpleaños de 1985, que se marchó de este mapa una mañana azul de diciembre, con sus tres añitos recién cumplidos, ajena a la pesadilla que nos empujaba a hacerlo.

Por suerte nos fuimos cuidando de dejar piedritas por el camino para no perdernos en la vuelta a casa.

Y para acompañarla en ese camino de regreso, y también para otros caminantes que quieran recorrerlo, he decidido dibujar lo que yo conozco de este “pedacito de mundo delicioso”, mi pedacito de mapa, -este país que nos duele y a la vez nos acaricia – a fuerza de memoria, de amor y de esperanza.

El mapa del país que me urge que ustedes y los hijos y las hijas de ustedes conozcan.