Esos nombres que no olvidamos...


“El olvido está lleno de memoria”
(Mario Benedetti)


La cita es en el Parque Cuscatlán la tarde del sábado. Sé que ellos están esperando que yo llegue y no puedo faltarles. Cuando diviso la multitud en peregrinación el corazón se me alegra en su urgencia de unirse a ella. Al llegar a las gradas, una mujer de ojos limpios me ofrece una rosa para llevarles. No sé los nombres que la han convocado a ella pero sé que están allí, con los míos, y eso nos basta para abrazarnos en una mirada húmeda.

El enorme mural invita con sus brazos extendidos. Empiezo a caminar por 1991 pero no quiero detenerme allí. Yo sé bien adonde quiero llegar y acelero el paso para llegar a mi cita con mil novecientos ochenta y uno y mil novecientos ochenta y dos.

No tengo ojos para nada más que para estos nombres que me reciben en un tumulto silencioso. Iride del Carmen Mazaro, Mauricio Aquino Chacón, María Elia Hernández, Ana Margarita Vásquez, José Fredy Meléndez…en una misma sección “Desaparecidas y desaparecidos, 1981”. Sigo buscando y el ojo se vuelve más agudo, Ana María Gómez, Marta Eugenia López, Teresa Romero, Patricia Cuéllar, Nelson Quezada…mi búsqueda se interrumpe momentáneamente cuando veo que una anciana asoma tímidamente con una jovencita, quizás su nieta, y las dos extienden sus manos para rozar amorosamente el nombre que a ellas las convoca. “Aquí está mi hijo”, dice la señora con alivio y al voltear a ver a la joven, me roza con el halo de su ternura.

No quiero moverme. Sigo buscando y sigo encontrando. Me doy cuenta que la pared que ofrece descanso a los nombres de 1981 y 1982 es un poquito más extensa que las otras…Desde mis 41 años también me doy cuenta que todos los nombres que busco son de jóvenes de 18, 20, 21, los más viejos de entonces tendrían 23 ó 25…

Ahí están sus nombres. Íride, con su inconfundible acento chileno y su pelo largo, feliz con su embarazo que no llegó a ser, desaparecida en una Guatemala cómplice del horror de entonces…y la Elia, con sus dientes de ratoncito y sus buenas notas, perdida en una noche de infierno en Quezaltepeque…y Fredy, con sus ojos zarcos, que nos dejó esperando en el mercado de Soyapango…y la Any -la Nacha - con su mirada dulce que nunca más volvió a acariciar al Pedro de su corazón…

Busco al Chele Bulla, al Diablo, a la Rana, a Neto…pero el mural no dice apodos ni seudónimos. No importa, yo sé que están allí.

Atrás de mí, la música acaricia al viento y las voces elevan al cielo un himno de amor: “¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón…Y uniré las puntas de un mismo lazo y me iré tranquila, me iré despacio…”

Deposito mi rosa junto a las miles de rosas que yacen al pie de estos 25, 000 nombres. “Vivos se los llevaron, vivos los queremos”. Tantas veces gritamos nuestro dolor en las calles preguntando ¿Dónde están? ¿Dónde?

Esta tarde en el Parque Cuscatlán, supe lo que he sabido todos estos años. Están en la memoria colectiva del amor. La que hizo posible este mural que hoy nos abraza, nos dignifica y nos redime.

Diciembre de 2003