Las desconocidas gigantes

“Me han estremecido un montón de mujeres
Mujeres de fuego, mujeres de nieve
Las desconocidas gigantes
Que no hay libro que las aguante…”
(Silvio Rodríguez, cantautor cubano)




Este camino ha estado acompañado de mujeres, del bálsamo y la alegría de su presencia y su contribución, no siempre visible ante los ojos de la historia y por lo tanto, los libros que la cuentan omiten nombrarlas. Que aparezcan o no en libros no es tan grave porque muchas de ellas no saben leer ni escribir, o aunque lean y escriban, ya están acostumbradas a que no se les nombre ni se les reconozca. Además, sería raro que se les ocurra comprar un libro; en el presupuesto familiar se prioriza el aceite, la leche y los frijoles de sus hijos, de sus padres, de sus nietos, o de los que estén bajo su responsabilidad.

Pero yo no puedo seguir dibujando este mapa sin ellas, porque ellas están en los caminos, las veredas, las calles, los cerros, los volcanes, las cárceles, los cementerios donde yacen o donde lloran y en los tatús donde muchas sobrevivieron bombardeos y operativos militares. También están en las ruinas de las casas que fueron destruidas por no negarle una tortilla al que tuviera hambre o dar cobijo al que huía de la muerte; en las cocinas donde se prepararon alimentos y donde se discutía la situación política del país sin recurrir a palabras difíciles porque ir al mercado resultaba más efectivo que un folleto para entender que la pobreza sigue estando mal repartida: aunque haya más, siempre le toca a los más pobres…

Las mujeres que quiero contar ahora se parecen a un arco iris. Son una combinación de colores y tonalidades, y todas, toditas, me han reafirmado que después de llover siempre escampa, y que la lluvia es necesaria para regar los campos y recoger la cosecha. Ellas han sido – o siguen siendo- alegría, inspiración, energía vital, esperanza.